El «no cerramos pero nos transformamos» de Tuenti nos ha llevado a recordar momentos mágicos que nunca volverán.
Si en algún momento cundió el pánico, ya no hay razón para hacerlo. Guardemos de nuevo el Lexatin porque Tuenti no cierra. Al menos de momento. Parecía que la red social que un día arrasó a Facebook, al menos entre los más jóvenes del lugar, echaba el candado, pero al final no. Realmente van a rediseñar la aplicación y van a tirar más hacía el tema de la operadora.
Pero las cosas como son: Tuenti ya nunca reverdecerá laureles. Ese momento de esplendor, en el que cualquier tipo menor de 22 años tenía que estar ahí para ser alguien en la vida, ya pasó. Pero el hecho de que haya vuelto a la palestra esta semana ha traído alguna consecuencia y nos ha hecho recordar momentazos que nunca volverán. Agarraros fuerte que no es que vengan curvas, es que vamos sin frenos.
¿Por qué este aviso?
Dicen los señores de Tuenti que en sus servidores hay 6.000 millones de fotos que van a dejar recuperar. Y la pregunta que no podemos evitar es: ¿para qué? Muchos dieron (dimos) carpetazo a nuestros perfiles de Tuenti para enterrar esas fotos del demonio en las que, literalmente, no había filtro. En serio, parecía que todo valía en las instantáneas que ahí se subían. Y no se subían dos o tres, no, se subía a centenares. Gracias a esas fotos hemos descubierto que hemos madurado y además nos enseñaron que la imagen en las redes sociales tiene su importancia.
Seguro, y nos jugamos una mano, a que algún amigo cercano ya se ha encargado de recuperar y pasar ese “álbum sentimental” que nos inhabilitaría para cualquier cargo público. Los que han tomado esta iniciativa te dirán que son “cremita”, pero tú llorarás al comprobar lo que eras capaz de subir.
Un mundo único
Tampoco nos vamos a engañar: Tuenti nos dio mucho. Lo que ahora se bifurca entre Facebook e Instagram antes se concentraba en un mismo escenario. Eran las termas romanas del siglo XXI: ahí se analizaban las noches de fiesta, se subía una foto para montar otro guateque y, obviamente, se ligaba. Benditos momentos en los que bastaba un punto para agregar a alguien.
Atrás quedan los momentos en los que Tuenti era capaz de cambiar el rumbo de la historia. Un simple cambio de interfaz alteraba todas las agendas; por no hablar de aquel glorioso día en el que se incorporó el chat. «Con el chat los mensajes privados morirán», decían algunos infelices.
Hoy en día, LinkedIn marca quién eres. Años atrás, tu destino lo marcaban las letras verdes de notificación: si no había decenas de comentarios y privados nuevos, el día no era el mismo. Y si había letras verdes pero eran de invitaciones para eventos, el bajón estaba asegurado.Para esos momentos nació el mítico e inmortal: “tía, chat ya”.